Con un cigarrillo recién encendido miré al infinito con aire pensativo. En una habitación oscura, desordenada, donde únicamente me acompañaban una botella de alguna bebida alcohólica medio vacía sobre la mesa, un cenicero colmado de restos de tabaco y algunas otras drogas, y la guitarra junto a los papeles que algún tiempo atrás llenaba con brillantes letras que afloraban de mi mente ahora medio muerta.
Hace mucho que no escribo nada. Por tiempo, por cansancio, o quizá porque las musas me hayan abandonado. Tampoco me han dicho porqué se han ido. No lo entiendo. Al igual que tampoco entiendo por qué cada vez que miro a mi alrededor no veo ya nada…
Hace mucho que no escribo nada. Por tiempo, por cansancio, o quizá porque las musas me hayan abandonado. Tampoco me han dicho porqué se han ido. No lo entiendo. Al igual que tampoco entiendo por qué cada vez que miro a mi alrededor no veo ya nada…
Mi sonrisa se apagó cuando la
oscuridad se fue apoderando poco a poco de los días soleados. Cuando ante la
alegría e ilusión de los demás, yo sólo podía contemplarla desde fuera, como
una mera espectadora de aquello que una vez llegué a alcanzar y que no se si
volveré a conseguir. Cuando ante la vida sencilla y no tan dramática de los
demás, yo sólo podía añorar un pasado feliz, y esperar con una pizca de
optimismo un futuro algo esperanzador, que lentamente evadiera la tristeza de mí
ser.
Mi sonrisa se apagó cuando
aquellos de los que recibía más apoyo (o al menos eso creía yo) lo hacían
únicamente para su conveniencia y no se molestaban, ni siquiera planteaban,
cambiar una mínima parte de sus “felices” vidas para ayudar en los momentos
difíciles. Es realmente triste recibir ánimos por todas partes y que, en los
momentos verdaderamente cruciales de la vida, te encuentres sola y abatida en
pleno campo de batalla.
Mi sonrisa se apagó cuando la
desilusión se apoderó de mi hogar y se respiraba un ambiente tenso,
melancólico, más que insoportable. Cuando la frustración y la ira fueron
comiéndome poco a poco.
Fue en ese momento cuando se
apagó mi sonrisa.
Deposité lentamente el cigarrillo
encendido en el cenicero y me dirigí al cuarto de baño. Una luz cegadora
iluminó la estancia, y fue entonces cuando me permitió que vislumbrase en el
espejo una imagen demacrada de mi misma, más pálida y ojerosa de lo que ya
estaba acostumbrada. La droga, el alcohol y otros vicios me habían conducido al
borde de un precipicio del cual veía imposible alejarme.
- Lo siento, no puedo hacerlo. – Murmuré
para mi misma, como si realmente necesitase pedir perdón por lo que estaba a
punto de ocurrir.
Estiré el brazo para alcanzar la
cuchilla en la que todavía se veían restos de un sospechoso polvo blanco en su
metálico y brillante filo. Por un instante cerré los ojos y respiré
profundamente para armarme de valor, y sin pensarlo demasiado efectué un
profundo corte desde la muñeca hasta el codo, atravesando en línea recta la
cara interna del antebrazo. Había escuchado en alguna parte que esa era la mejor
forma de hacerlo. Y mientras me recreaba en la visión de la sangre brotando de
la herida y cayendo al suelo, por fin, después de tanto tiempo, me sentí libre,
y noté como una sonrisa se iba esbozando en mi rostro. Mi corta e intensa vida iba
consumiéndose lentamente, al igual que el cigarrillo que había abandonado sobre
el cenicero.
Vaya.... tristeza plasmada en unas líneas...espero que sólo sea un relato y no tenga mucho de realidad.... no?
ResponderEliminarDejaré que sea el lector quién decida que es realidad o ficción, así cada uno puede imaginarse la escena a su modo... ;)
ResponderEliminarGracias por pasarte por aquí.